lunes, 2 de junio de 2014

Crítica: Drive (EE.UU., 2011) de Nicolas Winding Refn

            Por Rafael Ángel Angulo Flores
        

  “No necesito ruta, tú me dices dónde y cuándo. Y yo te doy cinco minutos. En el transcurso de esos cinco minutos soy tuyo, pase lo que pase. Para todo lo que sea un minuto antes o después, no cuentes conmigo. ¿Entendido?”

           
      Así de meticuloso, calculador, seguro y profesional es el protagonista (Ryan Gosling) de Drive. Un antihéroe desprovisto de cualquier referencia a su vida pasada, con un presente gris y un futuro, sino poco predecible, incierto. De día repara automóviles en un taller mecánico, dirigido por Shannon (Bryan Cranston) un expiloto que conoció mejores tiempos y que le busca trabajos como conductor especialista en la industria del cine. De noche hace trabajos con su coche para bandas de atracadores. Su existencia monótona empieza a tornarse más agradable cuando establece una relación con Irene (Carey Mulligan) y su hijo, vecinos de apartamento. Con la llegada de Standard (Oscar Isaac), marido de Irene recién salido de la cárcel, se desencadenarán una serie de acontecimientos con dos mafiosos locales, Bernie (Albert Brooks) y Nino (Ron Perlman), que culminará en una espiral de violencia.
Carey Mulligan y Ryan Gosling
         Con unos títulos de crédito en color rosa fucsia marcados por la estética de los ochenta, como la música y todo el resto del film, Nicolas Vinding nos sumerge en el mundo de este caballero andante motorizado , sin nombre. De hecho solo responde por “chico”, “él” o “conductor”, esto acentuará su personalidad distante y fría, casi tan hierático en sus expresiones como parco en palabras –entabla la primera conversación a los diecisiete minutos de proyección, precisamente con Irene-. Además, es valor añadido a su excelente guión, los diálogos precisos y los silencios, especialmente entre los protagonistas. No estamos muy acostumbrados a ese tiempo muerto, mientras la cámara aguanta una mirada o una expresión para intensificarla.
            En la primera parte de la película la cámara sigue al conductor donde predominan suaves travellings de acompañamiento y  contrapicados con gran angular en el interior del vehículo, probablemente, para reforzar su personalidad y el control sobre sus acciones. En una palabra: superioridad. Cuando se establece la confrontación con los mafiosos, que lo hace más vulnerable, hay un predominio de primeros planos cuando conduce. Es interesante el juego del espejo retrovisor interior en el plano-contraplano.
            Está Drive cargado de referencias estéticas y formales que inundan toda la película. Y esas referencias nos llevan directamente al film noir y al western. Como escribe Jacqueline Mouesca, citando a Ángel Fernández Santos, “que ha propuesto una formulación mucho más amplia afirmando que el cine negro, el de gangsters, el thriller o género policiaco, ‘son ramas de un mismo tronco que no tiene nombre preciso, ni lo requiere’, porque son sólo una prolongación en el ámbito urbano del ‘universo rural del western’[1]. De ahí que, por el lado del cine negro y el thriller, aparecen Reservoir dogs (1992), de Quentin Tarantino, Mulholland Drive (2001), de David Lynch, Vivir y morir en Los Ángeles (1985), de William Friedkin, Collateral (2004), de Michael Mann, Bullit (1968), de Peter Yates, y, en un lugar destacado, El silencio de un hombre (El samurai) (1967), de Jean-Pierre Melville, y Driver (1978), de Walter Hill, de esta última, Winding, casi ha calcado el prólogo,  mejorándolo. Pero también, por el western, los filmes de Budd Boetticher protagonizados por Randolph Scott, la trilogía de Sergio Leone de “El hombre sin nombre” al que puso rostro Clint Eastwood, Grupo Salvaje (1969), de Sam Peckinpah y, muy especialmente, Raíces profundas (Shane, 1953), de George Stevens, están presentes en todo el metraje.
           
Bryan Cranston
Del film que nos ocupa el chico/Ryan Gosling es una actualización del Shane/Alan Ladd. Ambos son asociales, huyen de su pasado e intentan redimirse haciendo valer lo que consideran justo. Son antihéroes devenidos en héroes, aunque no dejan de tener cierto hálito de villanos, principalmente el conductor. Se enamoran de quien no deben y ese amor los protege haciéndolos indestructibles. Como especifican Astre y Hoarua sobre la película de Stevens “Shane es muy consciente de que, por muy justas que sean las motivaciones, cada muerte que él da le aleja un poco más de ese mundo donde habría deseado tanto hacer alto [...] He aquí que el héroe después de haber intentado integrarse en el mundo, se encuentra finalmente expulsado de él” [2]. Estas líneas bien pueden servir para definir al personaje de Gosling. Las grandes praderas han sido sustituidas por un escenario urbano, una ciudad casi siempre nocturna, al acecho, retratada con unos planos aéreos cenitales. El terrateniente y sus villanos por unos mafiosos sin escrúpulos que no dudan en realizar un baño de sangre para conseguir sus fines. En la revisitación del drama permanecen el marido y la esposa, al igual que el hijo, como triángulo trágico desencadenante.
           El director utiliza una puesta en escena reforzada con una iluminación donde predomina la contraposición de colores cálidos, como el naranja, con colores fríos, como el cyan. La abundancia de escenas nocturnas con luces de neón aumenta la atmósfera turbulenta entre la que se mueven los personajes. Como indica Noël Simsolo “En el cine negro, las sombras y las luces persiguen a unos seres que se debaten en un no man’s land funerario. Encontramos un ceremonial de iniciación durante el cual el espectador cruza el espejo de la ficción y ve cómo sus propios demonios salen a su encuentro” [3] de ahí el empleo de las sombras que dan una perspectiva psicológica diferente a los diálogos y a la acción; sirvan como ejemplo, la secuencia inicial en el apartamento, o cuando el protagonista está sentado con el hijo de Irene tras recibir su marido una paliza, o el enfrentamiento final en el parquin, donde no hace falta ser más explícito.
           
La candidata a femme fatale Christina Hendricks
Uno de los muchos aciertos de la película es realizar una hibridación de western y cine negro con elementos posmodernos y referencias metafílmicas. La sociedad violenta y corrupta que atenaza al protagonista, el juego de las sombras, las escenas nocturnas, el final abierto… características del film noir, aunque se echa en falta al personaje de la femme fatale, oportunidad perdida con Christina Hendricks en el papel de Blanche, firme candidata pelirroja a obtenerlo. La violencia explícita de la segunda mitad del metraje contrasta con la relación pudorosa de la pareja protagonista ante la cámara; no hay sexo, lo más un plano donde Irene toma la mano de él sobre la palanca de cambios del vehículo, como una especie de triángulo amatorio. Y la escena del ascensor, primer y único pasional beso previo al estadillo de furia mortal sobre uno de los matones.
            Los recursos anacrónicos empleados, para acentuar en el relato elementos dramáticos, como el flashback , aparecen durante la conducción, cuando rememora el diálogo con su mentor Shannon donde le pide que huya y la llamada telefónica a Irene para despedirse de ella, antes de su encuentro con Bernie, que presiente será peligroso. Precisamente en ese encuentro aparece un flashforward premonitorio de lo que ocurrirá en el parquin del restaurante, jugando el director con la posible ensoñación del momento.

           
El director, Nicolas Vinding, con el protagonista, Ryan Gosling
El director danés sabe dosificar las escenas de acción con momentos tensos, de hecho hay pocas persecuciones automovilísticas pero montadas con brillantez, con otras donde el espectador puede descansar de la tensión provocada. También recurre al slow montion o cámara lenta, sin abusar, para provocar mayor impacto emocional como en la secuencia donde el conductor se cruza con los matones que acaban de golpear a Standard.
            Los personajes, aunque aparentemente pueden resultar maniqueos -sobre todo los antagonistas-, se mueven más por instinto de conservación y se han posicionado en la vida de tal forma que rompen sus esquemas la llegada del que porta la cazadora con un escorpión dorado. Ese escorpión metafórico que llama por teléfono a Bernie para comunicarle  que es la rana de la fábula. Como dice Shane en Raíces profundas: “Un hombre debe ser lo que es, no se puede romper el molde”. No se puede luchar contra el destino. Al final el conductor, el coche y la carretera oscura, solo iluminada por los faros del vehículo, hacia un futuro incierto, si es que lo tiene.
            Ha sabido Winding ensamblar el universo diegético de su relato, haciéndolo creíble. Dotándolo aunque no de originalidad en el fondo, sí en la forma. Su cámara toma el pulso a las situaciones difíciles de resolver, como el momento en el que se conocen Standard y el protagonista en el pasillo del edificio. Cómo por medio del montaje interno de los planos resuelve la economía de los mismos. O la utilización de la misma música al pasar de forma extradiegética a diegética en la secuencia de la fiesta de bienvenida al marido de Irene, mientras el conductor se encuentra en el apartamento contiguo.
            Es de agradecer que el director haya renunciado, pues el relato inducía a ello, a las electrizantes sucesiones de planos, que algunos llaman montaje, con las que nos obsequian muchas de las películas que llenan nuestras salas de estreno. Con uso y abuso de la cámara lenta, fragmentación continua del relato, ausencia de climax o repetición mimética del mismo, personajes que deambulan más que existen, la trama en función de los efectos especiales… es decir un videoclip cualquiera de cien minutos de duración.





[1] MOUESCA, Jacqueline (2001): Érase una vez el cine. Diccionario. LOM Ediciones, Santiago de Chile
[2] ASTRE, Georges-Albert y HOARAU, Albert-Patrick (1986): El universo del western. Editorial Fundamentos, Madrid.
[3] SIMSOLO, Noël (2009): El cine negro. Alianza Editorial, Madrid.

Ficha técnico-artística de Drive en: http://www.filmaffinity.com/es/film832415.html